domingo, 13 de abril de 2025

COCINAS DE POBRES, COCINAS DE RICOS EN SAJAMBRE DURANTE LOS SIGLOS XVII Y XVIII (1): CONSUMO, CONFORT Y URBANIDAD EN UNA COMUNIDAD RURAL DE MONTAÑA

En las tierras montañosas de toda la Cordillera Cántabrica y, con ellas, en la comarca geográfica (que no administrativa) de Picos de Europa, la cocina fue hasta hace muy poco el espacio principal de las casas.  La vida transcurría en ella. Allí se comía, se dormía, se charlaba, se preparaban los alimentos, se amasaba o, simplemente, se pasaba el tiempo al calor del llar. Muchas viviendas solo tenían una cocina y un cuarto para dormir, porque en siglos pasados no existieron algunos fenómenos modernos, como el consumismo o el confort.  Estaban acostumbrados a vivir con un traje para el invierno y otro para el verano, con los aperos y utensilios justos para desempeñar las tareas agrícolas, ganaderas y comerciales, y con el mobiliario doméstico más austero que facilitara algún lugar para sentarse, otro para dormir y otro para calentarse y cocinar. No hacía falta nada más para la existencia humana. La casa era, en esencia, poco más que un lugar que protegía de las inclemencias. 

No existía el concepto de decoración, ni conciencia o necesidad alguna de tener que adornar la vivienda. Solo se poseía lo que se necesitaba. 

No había intimidad porque, a menudo, los miembros de una familia dormían juntos y las casas carecían de la compartimentación del espacio a la que estamos acostumbrados en la actualidad. Además, el espacio se compartía con los animales, al quedar la cuadra en los bajos de las viviendas, muy cerca de los lugares de habitación humana. 

No existía el concepto de confort. 

No había WC ni cuartos de baño. Los excrementos humanos terminaban en la cuadra o en el corral y el aseo se hacía con una jofaina, si se hacía. La mayoría de los cuartos de baño de las casas de Sajambre empezaron a construirse en los años 70 y 80 del siglo XX. Esto no solo sucedió en el concejo de Sajambre, sino que fue tónica predominante en el medio rural español, y en algunos casos también urbano, hasta bien avanzado el siglo XX. 

Las casas carecieron de agua corriente hasta la Edad Contemporánea. A por agua se iba a las fuentes públicas con cántaros y herradas, salvo que existiera algún pozo en el corral. En los documentos sajambriegos de los siglos XVII y XVIII, solo se documenta un pozo en el corral de la casona que poseyó en Ribota el cura párroco, Toribio Díaz Prieto, a comienzos del siglo XVIII. Normalmente eran las mujeres las encargadas de ir a por agua a la fuente en los pueblos de España. Pero en las ciudades existía el oficio de aguador, que se encargaba de recoger agua, transportarla en burros y repartirla por calles y plazas. 

Las viviendas eran, en general, lugares insalubres y mal ventilados para combatir los rigores climatológicos. Los únicos vanos en las fachadas eran la puerta de entrada y algún ventanuco en la cocina o en el cuarto. Sin cristales, porque el vidrio no llegó a todos los bolsillos hasta su fabricación industrial en el siglo XIX. Solo los edificios nobles, como las iglesias, y algún palacio podían tener vidrios o vidrieras. Los demás tapaban las ventanas en invierno con pieles, cortinas, pergamino o se cerraban con contraventanas de madera. Por esto, el interior de las casas era también un espacio muy mal iluminado. La iluminación artificial era a base de velas, con palmatorias y candiles como mucho (candelabros en las casas ricas); hasta finales del siglo XVIII no existieron lámparas de gas en las ciudades; y la electricidad llegó a Sajambre en el siglo XX gracias al indiano, Félix de Martino. La multiplicidad de huecos o su tamaño en las fachadas de las viviendas fue indicativo de un nivel social más elevado o de un cierto enriquecimiento de sus dueños. En Sajambre, las ganancias de la arriería y de la carretería permitieron la construcción de algunas casas (pocas) con elementos nobles, como ventanas o puertas en arco de medio punto. 

Los interiores de las casas eran lugares insanos porque las cocinas eran de humo, con el llar como centro. Algunas llegaron al siglo XX. Al no haber chimenea, el humo impregnaba techos y paredes, ennegrecidos por ello. El humo se aprovechaba para curar los productos de la matanza. No se tenía ni idea de lo extremadamente dañino que es el humo y los ahumados para la salud humana.  Las cocinas de chimenea se utilizaron en la Edad Media. Los manuscritos medievales están plagados de miniaturas que las representan. Pero el mundo rural del norte cantábrico siguió prefiriendo las cocinas de humo durante toda la Edad Moderna. Fueron mayoritarias hasta el siglo XIX, no solo en Sajambre, y en muchos pueblos llegaron algunas hasta el siglo XX. 

No existía demasiada preocupación por la limpieza doméstica. No aparecen útiles para estos quehaceres en los inventarios de bienes y hasta el siglo XIX no se inventó la escoba. Hasta que no empezaron a abrirse comercios de proximidad en el siglo XX, los sajambriegos fabricaban escobas rústicas con ramas silvestres. Las migas y restos de comida por los suelos seguramente eran engullidos por las pitas y algún gato o perro. Cuando en los inventarios de bienes se procede a la descripción del estronco de casa, es decir, el contenido de las viviendas, aparecen siempre las gallinas dentro de las casas de morada. Nunca se habla de gallineros, normalmente se describen junto a los objetos que había en las cocinas. Por cierto, solo en 2 casos de 153 documentos consultados aparecen perros y gatos, en concreto, 1 gato y 1 mastín. Es decir, estos animales no poseyeron valor material para los sajambriegos de los siglos XVII y XVIII. Seguramente, el gato se valoraba solo como cazador de ratones y el mastín por su desempeño con el ganado. 

La higiene no tuvo ningún interés para aquellas sociedades porque no se conocía el fundamento biológico de la enfermedad. Las ciudades estaban algo más avanzadas en esto que el medio rual, pero hasta el siglo XVIII no se iniciaron las preocupaciones políticas por el higienismo. Fueron los ilustrados los que lo difundieron en España, aunque con razonamientos todavía alejados de las causas científicas de las patologías. Por ejemplo, se achacaba a los malos olores la razón de muchos contagios. Este fue el principal motivo que llevó a Carlos III a obligar a construir los cementerios fuera del casco urbano de ciudades y pueblos, porque la costumbre de enterrar a los muertos bajo el suelo de las iglesias hacía la estancia en ellas a menudo insoportable. Las disposiciones carolinas se cumplieron de forma irregular en el medio rural. Oseja es una de las poblaciones cuyo cementerio está todavía dentro de la población y, además, en el mismo centro urbano. 

Como se sabe, la primera vacuna (viruela) no existió hasta finales del siglo XVIII y los microorganismos causantes de enfermedades infecciosas no se descubrieron hasta el XIX. A principios del XX todavía había médicos en España que no creían en los microbios, lo que hoy son los virus y bacterias, y escribieron libros negando su existencia. Es decir, en el Sajambre de los siglos XVII y XVIII no se sabía por qué se producían los andancios, de ahí que no se preocuparan demasiado por el hacinamiento, por la higiene, ni tomaran precaución alguna en el contacto continuo con los animales. 

Otra cosa distinta son los objetos de distinción social que poseyeron las clases altas, que les proporcionaban comodidad y refinamiento. En la Edad Media, un noble no solo pertenecía a los grupos privilegiados de la sociedad, sino que también tenía que parecerlo. Es decir, debía vestirse y vivir acorde con su estatus. Eso era lo que se entendía como “decencia” y ese es el origen de la expresión “nobleza obliga”. Esta mentalidad tuvo continuidad en la sociedad estamental del Antiguo Régimen. De manera que, en las casas de los más acomodados de Sajambre, encontraremos objetos de ostentación y, con ellos, un incipiente consumo de lo que, en aquel ambiente, se entendió como objetos de lujo. Pero, aunque el 80% de la sociedad sajambriega perteneciera a la baja nobleza (la hidalguía) y no existiera en la tierra nobleza titulada, ni el lujo, ni el confort afectó a todos. Al contrario, la mayoría fueron pobres o muy pobres, tanto que, a pesar de ser hidalgos, trabajaban con sus manos para sobrevivir. Como ya manifesté en otros artículos, al hilo de otros temas, en el siglo XVII solo destacaron los Piñán y los curas. Es a partir de 1696 cuando empieza a observarse una pequeña diversificación en los objetos de uso cotidiano de algunas casas, con un incipiente interés por novedades, por piezas suntuarias o por ciertos utensilios y mobiliario que demuestran un cambio de mentalidad. 

Por último, el menaje de cocina informa también sobre las convenciones de urbanidad en la mesa, o la ausencia de ellas. Veremos cómo en esto también existió una importante diferenciación entre las casas de los ricos y las casas de los pobres. Por ejemplo, durante todo el siglo XVII los únicos cubiertos que aparecen en la mayoría de los inventarios son la cuchara de hierro, que era el cucharón que se usaba en el caldero, y la esplena para las sartenes. La sopa se bebía directamente de la escudilla y el resto se comía con las manos, ayudándose de alguna rebanada de pan. La mayoría de los sajambriegos no tenía mesas en las cocinas, a veces solo un escaño y casi nunca manteles. Las servilletas eran un lujo que solo poseían los ricos. Tampoco se documentan vasos, ni tazas, ni jarras en la mayor parte de los hogares del siglo XVII. Se bebía con la escudilla o, en su caso, con la bota de vino. 

Un problema importante de estas fuentes documentales es la inexistencia de objetos domésticos relacionados con la cocina en muchos inventarios masculinos. Esto se debe a que muchos utensilios fueron bienes privativos que la mujer aportaba al matrimonio en su ajuar y cuya propiedad conservaba hasta su muerte. Ese ajuar es el “carro de trastes” o “carro de ajuares” que se menciona en algunos documentos.  Así, en el ajuar que recibió la hermana de Gonzalo Piñán de Cueto Luengo cuando se casó con Juan Díez en 1653 se hallaba lo siguiente: dos pares de manteles, una caldera de cobre, una cuchar, una esplena, un asador, dos hoces de pan, una cuchilla para la masera, un cazo de cobre, un cedazo, una peñera y un maniego con dos docenas de platos y escudillas de madera, además de ropa de cama, vestidos de su cuerpo, una azada y 50 ducados de arras. Esta información procede de un memorial anexo porque lo habitual, en las cartas de dote, es que solo se incluyan las cantidades monetarias, tierras, prados y ganados y se aluda genéricamente al “carro de ajuares”, pero sin enumerar su contenido. 

El mobiliario y los complementos domésticos de los hogares sajambriegos del 1600 y del 1700 aparecen retratados en los documentos de la época con los siguientes términos: trastes, ajuares, bastigas, alhajas y, en general, estronco de casa. En el período más antiguo, que aquí comprende los años 1600 a 1695, solo encontramos dos tipos de casas: pobres y ricas, sin situaciones intermedias. Eso sí, dentro de la pobreza, había individuos mejor y peor abastecidos. El siglo XVIII fue distinto, en él se encuentra una mayor variedad de situaciones. 

Por último, he de decir que he utilizado un total de 153 documentos conservados, compuestos por inventarios post mortem (la mayoría) y algunos de otro tipo, en los que se enumeran mobiliario y utensilios de cocina. De esos 153 documentos, solo encontré información útil en 89 (42 del siglo XVII y 47 del XVIII). Vamos a centrarnos primero en el siglo XVII para apreciar, después, los cambios que se observan en el XVIII.  Tales cambios se empiezan a detectar en Sajambre a mediados de la última década del 1600, por lo que he establecido la frontera cronológica en el año 1695. 


SIGLO XVII (1600-1695). COCINAS Y MESAS DE LA GENERALIDAD DE LA POBLACIÓN DEL VALLE


Todas las cocinas de Sajambre fueron de humo en el 1600, excepto la única de chimenea que tuvo el palacio Piñán. La mayoría se componían del llar y sobre él un caldero que, en esta época, era de hierro. Incluso en las casas de los ricos, donde también había calderos de cobre, no falta el grande de hierro. Este caldero, en el que se cocinaba, colgaba de las cadenas del llar. Por eso, tales cadenas aparecen justo antes o justo después de los calderos de hierro en los inventarios sajambriegos. En algunas viviendas había calderos más pequeños u ollas que se colocaban sobre la trébede para cocinar. 

Las cadenas de hierro para el caldero aparecen en esta época con las siguientes denominaciones: pregancias (1600), clamiyeras (1652), “unas clamiyeras de yerro con sus garfios y travesías” (1677) y llarias (1662, 1669, 1677), incluso se registran “unas medias llarias” (1699). 

En la cocina tradicional solía haber un banco de madera corrido en forma de U, a menudo pegado a la pared, con o sin brazos, que, a veces, tenía una mesa abatible. Es lo que hoy se conoce como escaño. No obstante, en el pasado un escaño también fue un banco de madera corrido sin mesa, o un banco de madera con brazos para dos o más personas con o sin respaldo y con o sin mesa, o un simple banco para sentarse en la cocina. La primera vez que se documenta un escaño en Sajambre es en 1675, sin especificar de qué tipo, en casa de Juan de la Puente, de Ribota. Estaba en su cocina porque se incluye entre otros artilugios domésticos propios de dicha estancia. En 1677 se registra “una mesa vieja y un escaño desarmado” en casa de Victorio Alonso, de Oseja. 

No hay más mobiliario en las cocinas del siglo XVII, aunque en ellas, o en algunas de ellas, debía haber alguna mesa, como la que estaba desarmada en la vivienda de Victorio Alonso, pero no se especifica su función. No aparecen maseras en el siglo XVII en las casas pobres, tampoco vasares o armarios de ningún tipo. Por su parte, se entendía que el horno formaba parte de la arquitectura de la cocina. Solo se menciona cuando se encontraba fuera de dicho espacio.   

Entre los recipientes para almacenar, transportar u otros útiles que aparecen en las cocinas se encuentran: calderos pequeños, “una olla de traer agua” que tenía en 1675 María Martín, vecina de Oseja y viuda de Juan de Acevedo; alguna herrada (1661) para lo mismo y cántaras para agua o vino; pellejos y botas de vino; artesas para echar manteca (1675), peñeras y cedazos para cribar la harina, pesas y toda suerte de cestería.  

Dejo para el final el menaje de cocina y la cubertería.  Son escasas las “ollas gitanas”, es decir, metálicas y más frecuentes las sartenes (era masculino en Sajambre: el sartén) y los cazos. El sartén era siempre de hierro y los cazos podían ser de hierro o de cobre. No se registran trébedes, pero tenía que haberlas para poder colocar las sartenes y ollas sobre la lumbre o sobre las brasas. Tradicionalmente, una trébede era un armazón de hierro con tres pies que servía de soporte a cazuelas y sartenes. Con el tiempo y por extensión, la encimera de las cocinas modernas se llamó (y se llama) “trébede” en Sajambre. 

Abundan también les cuchares, con el plural siempre en asturiano. El singular es “la cuchar” y el plural, “cuchares” o “cuyares”. La cuchar siempre era de hierro y se relaciona con el caldero. En la mayoría de las casas solo había una cuchar, por lo que claramente se usaba en el caldero. No aparecen otras cucharas que estas, ni siquiera de madera. Este hecho indica que no usaban la cuchara para ingerir alimentos. Teniendo en cuenta que todos eran artesanos de la madera y que fabricar cucharas para comer no debía resultarles demasiado oneroso, esta total ausencia indica una falta de costumbre. Para lo que hoy hacemos con las cucharas, se servían ellos de las escudillas o del pan. 

Hay también esplenas y algo que no faltaba en ninguna casa: platos y escudillas de madera. Su número variaba según los casos. Veamos. 

Lo más frecuente era que la gente tuviera una docena de platos y escudillas. Es lo que más se repite en los inventarios. Siempre de madera, así se especificaba, y si se daba el caso de que fueran de otro material, el notario dejaba constancia porque su valor era más elevado. En el siglo XVII nos encontramos con algunos que superaban la media: como los Piñán (lo veremos enseguida), o como la docena y media de platos y escudillas de Juan González (Soto, 1659) o 14 escudillas y 4 platos (Catalina Díez, Ribota, 1665) y otros que se quedaban por debajo, como “media docena de platos y escudillas” (Inés Amigo, viuda, Pío, 1667; y Victorio Alonso y su mujer, Oseja, 1677); 4 platos y 4 escudillas (María Martín, viuda, Oseja, 1675); 7 escudillas y 1 plato (María Redondo, soltera, Pío, 1677) o solo 3 escudillas (María de la Puente, viuda, Pío, 1675). 

En dos casos de 1659 y 1675 aparece un “asador”, es decir, una barra puntiaguda de hierro que servía para remover la lumbre y que se usaba también en el tallado de la madera. 

Nadie comía sobre manteles en la mayor parte de las casas sajambriegas antes de 1696. No usaban servilletas. No conocían el tenedor. No aparecen los cuchillos, aunque debían tener instrumentos cortantes para trabajar la madera y trocear los alimentos, aparte de puñales, que debían ser “multiuso” como armas defensivas u ofensivas, para el trabajo en general, para la matanza y para otras circunstancias. En el siglo XVII, ese instrumento ya pudo ser una navaja, porque los cuchillos abatibles se habían inventado precisamente en España a finales del siglo XVI. Al menos, uno de los hijos del primer Tomás Díaz de la Caneja, llamado Pedro, tenía una navaja en 1670, con la que asesinó a su primo, Toribio Díaz, a causa de una disputa por una partida de naipes el día de Nochevieja.  

La conclusión es que la mayor parte de los sajambriegos del siglo XVII comía con las manos en los escaños o bancos de las cocinas, sin mantel, ni refinamiento de ningún tipo, sin comodidad y sin higiene. 


SIGLO XVII (1600-1695). COCINAS Y MESAS DE LOS RICOS 

Para documentar este período entre la clase alta de la sociedad sajambriega solo hay documentos relativos a los Piñán de Cueto Luengo, que son suficientemente expresivos. Debe pensarse que el arcediano, Pedro Díaz, no vivía en Sajambre y que, cuando su madre estaba en Oseja, se hospedaba en casa de los Piñán o, es de suponer, que con alguna de sus hijas. Los principales documentos de la línea principal de los Piñán son el inventario de bienes de Marcos Piñán, el de su hermano, el cura de Oseja y Soto y comisario de la Inquisición, Domingo Piñán, en su casa palacio de Oseja, el ajuar de una de sus sobrinas y una serie de testimonios resultantes de la actividad notarial o judicial con información útil. 

Antes de 1636 se ponían manteles para comer en la residencia que Marcos Piñán tenía en El Casar, de Soto, una “morada con cocina, bodega de amasar y cuatro aposentos dormitorios”. Estos cuatro aposentos marcan una diferencia importante con las casas de todos sus vecinos en la primera mitad del siglo XVII, en las que solo había un aposento y, a menudo, ni siquiera eso. Marcos Piñán tenía una buena posición económica, con numerosas propiedades en Soto, algunas recibidas por herencia de su padre, el escribano Gonzalo Piñán, quien casó con una Juana González de Coco, que se llamaba igual que la fundadora de la capellanía de la Virgen del Pópulo quien, a su vez, vivió y murió en Madrid, pero que estuvo emparentada con su homónima sin ninguna duda (quizás fueron tía y sobrina), porque dejó al cura Domingo Piñán, hijo de la primera y al que la segunda llamaba su “sobrino”, como primer beneficiario de dicha capellanía. Aparte de las propiedades y rentas heredadas, Marcos Piñán debió haber hecho algo de fortuna vendiendo vino en Asturias. 

En su inventario post mortem del 31 de julio de 1636 figuran “tres mesas de manteles”, aunque en su casa hubiera una cocina tradicional con su llar y su caldero.  Para esa fecha de 1636, su hermano, el clérigo e inquisidor, ya había terminado de construir un palacio rural en Oseja, que fue el único edificio del valle que tuvo una cocina de chimenea en su planta baja. En el piso alto hubo una segunda cocina de humo a uso de la tierra. “Con su cozina alta y vaja”, siguieron repitiendo los documentos familiares durante todo el siglo XVII. 

El comisario Piñán no tuvo nada que se nombrara como ‘escaños’, pero sí “tres bancos de respaldar”, tres taburetes y dos sillas, todo de madera de nogal (1652). Tuvo también, al menos, dos mesas que se cubrían con “manteles alemaniscos, unos pequeños y otros grandes, con quatro serbilletas de la misma tela y otra serbilla (sic) en una pieça, que es decorada a los manteles grandes alemaniscos, de largo todo hermano. Más unos manteles ordinarios de lienço, de cada día, con media doçena de paños del mesmo lienço. Más otros dos paños de manos labrados de ilo leonado y negro, de manos”. Es decir, Domingo Piñán, sus sucesivas barraganas y sus hijos, no comían en la cocina, sino en una dependencia aparte donde había una mesa que a diario se vestía con manteles de lienzo y servilletas del mismo género. Para ocasiones especiales tenía servilletas y manteles bordados de tejidos más nobles y de importación, calificados de “alemaniscos” por su procedencia germana, aunque seguramente se adquirían en los mercados de paños de Segovia o en alguna feria bien abastecida, como la de Medina del Campo. 

La cubertería que poseía el palacio Piñán cuando murió su primer dueño se componía de “doce cuchares de plata y dos tenedores, doce cuchillos en dos caxas”. Los tenedores eran una absoluta novedad en Sajambre y aquí sí vemos cuchillos (no la vulgar navaja que usaba el pueblo llano), de plata y con una clara función en el servicio de mesa. 

La vajilla se componía de las siguientes piezas: “Tres taças de plata y una jarra de plata…. Más un salero de plata y dos de Talabera... Más dos açeiteras de estaño… Más tres doçenas de platos y escudillas de Talabera. Más un pipotillo de echar binagre… Más quatro doçenas de escudillas y platos de madera, ordinario de casa...”. O sea, para uso diario se comía en platos y escudillas de madera, como el resto de los sajambriegos, solo que el comisario tenía cuatro docenas. Para ocasiones más solemnes, sacaba la vajilla buena, que era de loza de Talavera (tres docenas). Todo se acompañaba con complementos de plata y cerámica (jarras, tazas, saleros, aceiteros, etc). 

En las cocinas tenía el siguiente instrumental: “Cinco jarros y pichetes de estaño, de una açunbre y media y de puchera… Más una olla de estaño oro pelada que haçe una puchera… Más dos almireçes con sus manos... Más tres ollas de metal i hierro que llaman jitanas. Más quatro calderos y una caldera de cobre, y los calderos de hierro. Más dos caços de cobre y una tarta y una caçuela todo de cobre... Más nuebe queros de traer bino que llaman pellexos… Más tres badillos y dos caballetes de asar carne y dos tiellas y un sartén y dos cuyares de fierro... Más tres herradas de traer agua... Más dos pares de clamiyeras de casa. Más dos xarros de açunbre de madera”. En el ajuar de 1653 aparece “una masera”, que veremos proliferar en las casas del valle durante el siglo XVIII. En concreto, “una cuchilla para la masera”. Por cierto, en la casa Piñán, aparte de las cocinas, había “un aposento donde se amasa el pan para dicha casa”, o sea, el horno estaba en un espacio independiente de las cocinas.

En los inventarios de los Piñán de esta época no se especifica el material de los almireces o morteros, quizás por eso no eran de bronce. La olla de estaño dorada quizás fuera un objeto de ostentación para servir los guisos en la mesa. Los badillos tenían una función similar a los asadores, la de remover las ascuas en el horno. 

                                                                                   * 

En resumen, los Piñán de Cueto Luengo no solo tenían en el siglo XVII la casa de mayores dimensiones de todo el concejo, considerada palacio en la Real Chancillería de Valladolid, y una capilla señorial de bóveda enfrente de la casona, sino que el interior era acorde con el estatus de sus dueños, hidalgos notorios de solar conocido. Pero otros muchos sajambriegos que también fueron hidalgos notorios por nacimiento nunca llegaron a igualar en fortuna a los Piñán, porque estos últimos fueron enriqueciéndose de distintas maneras a lo largo de varias generaciones, destacando ya en el siglo XVI cuando vivían en Soto.  Lo cierto es que, en el XVII, estaban a años luz del resto de los sajambriegos. Ahora bien, esto es válido para el pequeño marco de la sociedad rural sajambriega de aquella época y, si acaso, para alguno de los concejos circundantes con perfiles socioeconómicos parecidos, porque la fortuna de los Piñán habría sido irrisoria para los más ricos de ciudades como Oviedo o León y no digamos en la corte de Madrid. Por tanto, todo ha de relativizarse y entenderse en su contexto.

Al mismo tiempo, cuando cualquiera entraba en la casa del comisario del Santo Oficio, Domingo Piñán, contemplaba una sucesión de objetos de ostentación en cada estancia, porque no solo poseyó lo que aquí se ha descrito, sino también cortinajes, cuadros con óleos en las paredes, candelabros, espejos, bargueños, escritorios o una nutrida biblioteca. Y la cuestión es que sus paisanos frecuentaban el palacio, bien porque trabajaban como sirvientes, o porque trataban allí asuntos de iglesia o de negocios (más de medio concejo de Sajambre tenía ganado en aparcería con Domingo Piñán), o porque acudían a pagar las rentas (más de medio pueblo de Soto vivía en casas alquiladas a Domingo Piñán, tantos otros de todos los pueblos llevaban prados suyos y muchos tenían prestámos hipotecarios con él), o porque iban de visita, pues el cura se molestaba si cuando nacían sus hijos, no acudían sus feligreses a su casa para darle la enhorabuena. Que un cura post tridentino tuviera hijos era un escándalo al estar penado en los cánones del concilio. Pero Domingo Piñán tuvo varios hijos. Porque podía. Y nunca le pasó nada, a pesar de haber sido denunciado. También se construyó un palacio al llegar a Oseja en 1621. Porque podía. Y una capilla funeraria cuya advocación era la de su nombre: Santo Domingo. Porque podía y la había pagado él y así perduraría su recuerdo por los siglos de los siglos.  Todavía existe en la actual iglesia de Oseja la capilla de Santo Domingo. Empezamos a entender cómo los objetos de lujo relacionados con el refinamiento y el confort que disfrutó Domingo Piñán, frente a la modesta forma de vida de los restantes sajambriegos (incluidos los otros hidalgos notorios), adquiría un significado simbólico (de prestigio y poder) en las mentes de sus convecinos. 

viernes, 11 de octubre de 2024

SAJAMBRE EN EL CENSO DEL CONDE DE ARANDA (1768-1769)

 

De los censos que se hicieron en el siglo XVIII destinados a conocer la población española real, el del Conde de Aranda se llevó a cabo entre los años 1768 y 1769 (1). Al año 1769 corresponde la información relativa al concejo de Sajambre, que enviaron al rey los dos párrocos del valle, porque el censo se realizó por obispados y parroquias. 


Cada clérigo tuvo que responder a un mismo cuestionario en el que debía constar el número de párvulos hasta 7 años, de 7 a 16, de 16 a 25, de 25 a 40, de 40 a 50 y mayores de 50, divididos por sexo y por estado civil. Aparte se debía indicar el número de exentos de impuestos, es decir, los hidalgos, los que estuvieran en la milicia y los que trabajaran para la Real Hacienda, Cruzada e Inquisición, así como el número de clérigos y de sirvientes de la Iglesia. 


De Sajambre aparecen datos de las parroquias de Santa María de la Asunción y Santa María del Pópulo, su anexo, que correspondían a los “lugares de Oseja y Soto de Sajambre”; y la de San Juan Bautista y Santa Marina, su anexo, que correspondían a los “lugares de Rivota, Vierdes y Pió”. Las dos parroquias aparecen adscritas al arciprestazgo de Valdeburón, al corregimiento de la Merindad de Valdeburón y al concejo de Sajambre, en el obispado y provincia de León.  


Obsérvese que la iglesia de Soto ha adoptado como advocación la de la capellanía fundada por doña Juana González de Coco y que todavía depende de la de Oseja que, a su vez, ya se identifica como Santa María de la Asunción. En el asiento de la parroquia de Oseja se añadió una nota advirtiendo que, desde hacía tiempo, había dos varones fuera del concejo sin que se conociera su paradero. Los dos estaban casados.  

 

PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA ASUNCIÓN (OSEJA) Y SU ANEXO, SANTA MARÍA DEL PÓPULO (SOTO)


386 almas censadas, con un total de 193 varones y 193 hembras, más el único cura de la parroquia. De estos 386 individuos son hidalgos 372, uno de los porcentajes de hidalguía (96’3%) más elevados de Valdeburón. No se registra nadie más exento. 


SOLTEROS

135 varones y 133 hembras.  

Varones: hasta 7 años (32), de 7 a 16 (45), de 16 a 25 (39), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (5), más de 50 (4). 

Hembras: hasta 7 años (30), de 7 a 16 (47), de 16 a 25 (22), de 25 a 40 (12), de 40 a 50 (12), más de 50 (10).


 CASADOS

58 varones y 60 hembras.  

Varones: de 16 a 25 (0), de 25 a 40 (31), de 40 a 50 (23), más de 50 (4).

Hembras: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (30), de 40 a 50 (27), más de 50 (0).   


Comentario: Como se observa, entre los solteros hay una mayor mortalidad en la franja de 25 a 40 años, mientras que entre los casados la mortalidad se retrasa al tramo de más de 50 años, con un paso dramático de 23 casados a 4. Las mujeres solteras son más longevas que las casadas, seguramente por los riesgos de los partos. Los 4 hombres de más de 50 años y la ausencia de mujeres de dicha edad confirma la ancianidad que poseían los sexagenarios en aquella época, a la que alude a menudo la documentación notarial.  

 

PARROQUIA DE SAN JUAN BAUTISTA (RIBOTA) Y SU ANEXO, SANTA MARINA (VIERDES Y PÍO)


285 almas censadas, con un total de 139 varones y 146 hembras, más el único cura de la parroquia. De estos 285 individuos son hidalgos 181 (63’5%) y hay 1 en el Real Servicio.  


SOLTEROS

93 varones y 100 hembras.  

Varones: hasta 7 años (24), de 7 a 16 (34), de 16 a 25 (20), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (8), más de 50 (4). 

Hembras: hasta 7 años (23), de 7 a 16 (36), de 16 a 25 (18), de 25 a 40 (10), de 40 a 50 (5), más de 50 (8).  


CASADOS

46 varones y 46 hembras.  

Varones: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (21), de 40 a 50 (17), más de 50 (5).

Hembras: de 16 a 25 (3), de 25 a 40 (21), de 40 a 50 (17), más de 50 (5).   


Comentario: En el Tercio de Allende el Agua, las mujeres parecen algo más longevas que en Oseja y en Soto. No mucho, porque al llegar a la cincuentena se produce una reducción drástica de mujeres casadas (de 17 a 5), pero al menos 5 sobrepasaron los 50 años. La población femenina se iguala a la masculina en índices de mortalidad y ambas se casan en la misma franja de edad, a partir de los 25 años, lo que parece tarde para la época. La progresión de la mortalidad entre sexos parece más equilibrada que en Oseja y Soto.   

 

PROCENTAJES DE HIDALGUÍA EN LAS LOCALIDADES DE VALDEBURÓN, TIERRA DE LA REINA Y RIAÑO SEGÚN EL CENSO DE ARANDA


 

Huelde 124 de 124 – 100% 

Salamón 129 de 129 – 100%

Villafrea de la Reina 206 de 206 – 100%

 

 

Pedrosa del Rey 244 de 247 – 98’7%

Liegos 177 de 180 – 98’3%

Oseja y Soto de Sajambre 372 de 386 – 96’3%

Carande 268 de 285 – 94%


 

Polvoredo 160 de 201 – 79’6%


 

Ribota, Vierdes y Pío de Sajambre 181 de 285 – 63’5%


 

Boca de Huérgano 123 de 233 – 52’7%


 

Los Llanos (Santa Eulalia de Valdeón)  171 de 344 – 49’7%

San Pedro (Soto de Valdeón) 130 de 282 – 46%

Riaño 254 de 587 – 43’2%

Acebedo 148 de 351 – 42’1%

 

 

Anciles 59 de 149 – 39’5%

Burón 152 de 403 – 37’7%

Maraña 131 de 385 – 34%

Caín (Santo Tomás) 25 de 74 – 33’7%

 

 

Santa Marina de Valdeón 51 de 172 – 29’6%

Cuénabres 40 de 162 – 24’6%

Vegacerneja 59 de 276 – 21’3%

 

 

Espejos de la Reina 17 de 88 – 19’3%

Lario 49 de 288 – 17%

La Uña 41 de 249 – 16’4%

Éscaro 200 de 364 – 10’9%

Siero de la Reina 26 de 182 – 14’2%

 

 

Besande 14 de 216 – 6’4%

Casasuertes 3 de 116 – 2’5%

Barniedo de la Reina 20 de 242 – 0’8%

 

 

Llánaves de la Reina 0 de 109 – 0%


 

El porcentaje de hidalgos en España en 1768 era del 7'7% (722.794) sobre una población total de 9.309.804 (2); era lo que quedaba del 10% de nobles que existían a finales del siglo XVI. Según el Censo de Floridablanca, publicado en 1787, en lo que aparece como provincia de León, la hidalguía suponía el 8'8% (22.016) del total de la población censada (250.134 almas). En la vecina Asturias, la hidalguía total suponía un 32'8% (114.174) sobre una población censada de 347.776 almas. 


El norte de León, y en él Sajambre, se aproxima más al modelo asturiano que a lo que sucede en el resto del territorio leonés y los niveles de hidalguía que llegan al siglo XVIII aumentan según nos dirigimos hacia la Cordillera. A modo de ejemplo, en una localidad de la montaña central leonesa, como Canseco, son hidalgos el 100% de sus habitantes. Aunque con fluctuaciones, estos porcentajes disminuyen según nos orientamos hacia el sur. Esto es un fenómeno conocido y muy estudiado. Incluso en la propia época, la defensa de un origen "montañés" se utilizaba como argumento de peso en las pretensiones de hidalguías (3). Sin embargo, también es verdad que existieron muchos engaños y que en el siglo XVII se ennoblecieron muchos de manera fraudulenta, como ya mostraba el propio Domínguez Ortiz. En este mismo blog presentamos el caso de los Acevedo, de Oseja, que pasaron de pecheros a hidalgos por voluntad de sus valedores enriquecidos, y algunos documentos bajomedievales parecen transmitir la idea de que, entonces, el estado noble no estaba tan extendido como en los siglos XVII y XVIII.  La verdad es que no resulta nada fácil dilucidar el origen de estas desigualdades.   

 

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NOTAS

(1) Instituto Nacional de Estadística, Censo del Conde de Aranda, T. V, ns. 402 y 491.  

(2) F. Menéndez Pidal de Navascués, La nobleza en España: ideas, estructuras, historia, Madrid: BOE - RAH, 2008, p. 324.

(3) J. Pérez León, "El fraude en la hidalguía: intrusiones en el estado de hijosdalgo durante el siglo XVIII", Estudios Humanísticos. Historia, 9 (2010), p. 125.


 

domingo, 1 de septiembre de 2024

LAS BOLERAS SAJAMBRIEGAS ANTES DE 1830

 

Índice: 1. Un poco de historia previa. 2. Boleras de Sajambre en los documentos anteriores a 1830.  


 1. Un poco de historia previa 


El juego de bolos o de birlos, como era conocido en el pasado (así en el Brocense), hunde sus raíces en la noche de los tiempos. Artefactos encontrados en el Neolítico hacen creer en la existencia de prácticas de puntería y precisión que serían los antecedentes más remotos de este entretenimiento, con variedades que se multiplicaron sin interrupción desde el antiguo Egipto hasta tiempos recientes en todas las culturas del Mediterráneo, primero, y de la Europa germánica después, y cuyo denominador común consistía en derribar objetos a distancia lanzando bolas, que primero fueron de piedra y más tarde de madera. 

Claudine Bouzonnet-Stella y Jacques Stella, Les quilles (1667). 
Fuente: Metropolitan Museum of Art.

En España, de oeste a este y de norte a sur, existieron distintas modalidades de juego como muestran las fuentes históricas y etnográficas; y lo mismo podría decirse de una gran parte del Occidente europeo. A nosotros nos interesa el estilo que se extendió por Asturias y norte de León y que, desgraciadamente, ha dejado poco rastro en la documentación antigua. De ahí que cuando aparece alguna evidencia, resulte más valiosa. Sin embargo, aunque sus huellas escritas sean exiguas, no son inexistentes. En las fuentes judiciales puede hallarse algún que otro testimonio y, como se verá en la segunda parte de este artículo, también en otro tipo de registros históricos. 

Las variedades del juego en León y en Asturias son consideradas de origen céltico y prerromano por algunos o configuradas a lo largo de la Edad Media por otros. Aquellos que niegan su existencia en el siglo XIII basándose en su ausencia en el Libro de los juegos de Alfonso X, copiado en Sevilla en el año 1283, se equivocan en su juicio porque esta obra se dedicó a lo que podríamos calificar, grosso modo, como juegos de mesa y naturalmente los bolos quedan al margen del objeto preferente del tratado alfonsí, que el rey identificó propiamente como libros del açedrex e tablas e dados, que solían jugarse sentados. No obstante, en el prólogo se mencionan otros juegos a caballo y a pie, en ambos casos de forma sucinta y genérica como se puede comprobar: "E los otros que se fazen de pie son assí como esgremir, luchar, correr, saltar, echar piedra o dardo, ferir la pellota e otros iuegos de muchas naturas en que usan los omnes los miembros por que sean por ello más rezios e reciban alegría" (f. 1r del original escurialense).  Ese "echar piedra o dardo" es una referencia genérica a todos los juegos del siglo XIII en los que se tiraban o lanzaban piedras, pues está claro que los  dardos se lanzan a distancia, y recordemos que, en los birlos, las bolas fueron de piedra durante mucho tiempo y todavía en la Edad Media. No hay duda, por tanto, que el juego de bolos quedó incluído de manera genérica en dicha expresión. 

Las menciones documentales del siglo XIV sobre birlos en otras latitudes peninsulares insisten en su práctica en la Edad Media hispana. A partir del XVI se prodigan las alusiones tanto en documentos, como en fuentes literarias, lo que ha hecho afirmar a algunos autores que es entonces cuando se difunde verdaderamente en España el juego de bolos o birlos (1).  Sin embargo, yo me pregunto hasta qué punto esta percepción no será falsa porque con anterioridad a 1500 las fuentes escritas son numéricamente muy inferiores a las conservadas con posterioridad al siglo XVI. Por eso, al aumentar el número y la variedad de fuentes escritas en la alta Edad Moderna, aumenta también el número de hallazgos documentales sobre el juego de bolos. Esto me parece significativo y debiera hacernos relativizar las afirmaciones negativas que se han formulado sobre la Edad Media para nuestro país.   

En esta primera parte de mi artículo voy a referirme a los tres casos más antiguos que conocemos en lo que fue el territorio del antiguo Reino de León que corresponden, en este caso, a Asturias y a la provincia de León, si bien mucho más tarde, ya a finales del siglo XVIII hay algún otro caso en tierras salmantinas. El primer testimonio histórico es ovetense, data del año 1495 y ha sido ampliamente repetido desde que se diera a conocer. El segundo es leonés, ha permanecido inédito hasta el momento y está fechado en el año 1549. El tercero también es inédito, vuelve a ser asturiano y está datado en el año 1554. Como se ve, los tres son muy cercanos cronológica y geográficamente. Ninguno de ellos informa sobre modalidades técnicas concretas que puedan distinguirse en la actualidad, pero sí sobre su existencia y difusión, sobre costumbres relacionadas con el juego o su ubicación en el espacio urbano y sobre aspectos sociales y hasta económicos de dicho entretenimiento. 

1495, Oviedo. Se ha transmitido en una querella interpuesta por Alonso de Quintanilla, contador mayor de los Reyes Católicos, contra Nuño Bernaldo el 17 de julio de 1495 por un agravio acaecido durante una partida de bolos que se había jugado en el campo de San Francisco. La noticia fue dada a conocer por Uría Ríu en 1949 y completada en el año 2000 por Ruiz Alonso (2).  El ultraje que terminó ante la justicia se describe en el documento: "Estando un día del mes de abrill  deste anno de nouenta e çinco en las octavas de Pascua, estando en el campo de San Françisco, que es fuera de la çibdad de Oviedo, que es çerca del monesterio de Santa Clara, mirando cómo Nunno Bernaldo... jugando a los byrlos que dixo el dicho Nunno Bernaldo que avía meado por las armas de Alonso de Quintanilla" (3). En este testimonio consta que apostaban vino y cabritos en las partidas, y se observa algo que sigue constatándose en la documentación posterior: jugaban juntos nobles y plebeyos.   

1549, Ponferrada. Una cincuentena de años después del conocido documento ovetense, en 1549 sucedió otro altercado que terminó en pleito criminal cuando “un día domingo, que se contaran doze días del mes de mayo del dicho año, estando ellos jugando los bolos en cuerpo y sin espadas algunas, en el camino real quanto ha de Las Heras de la dicha villa para La Cruz, extramuros della...” (4). Como en el caso anterior, la partida se juega fuera de las murallas de la ciudad, pero a juzgar por lo sucedido, dicho emplazamiento no debía quedar muy lejos del convento de San Agustín. La única puerta que queda en pie de lo que fue la muralla medieval de Ponferrada se conoce hoy como el Arco de las Heras, tras el cual se encuentra la plaza del Ayuntamiento, lugar en el que se localizaba antiguamente el convento de San Agustín. Así que uno de los lugares donde los ponferradinos del siglo XVI jugaban a los bolos debía estar bastante cerca de dicha puerta.  

Lo que sucedió fue lo siguiente. Tras personarse en la partida Cristóbal de León, su criado Pedro Doria y otros vecinos, todos armados, algunos jugadores les increparon diciéndoles que “qué avían de hazer armados de diversas armas, espadas, broqueles y cascos e piedras e cotas de malla”. La reacción de los aludidos consistió en agredir a Pedro Arias, cuando este estaba “andando en el exerziçio del dicho juego, avaxándose a tomar un bolo, el dicho Antonio Hernández, haziendo lo que le avía mandado el dicho Christóval de León, le tirara con una gran pedrada, con la qual le diera en las espaldas alevosamente”. Tras la pedrada llegaron los golpes y cuchilladas con las espadas: “e una le açertara en las espaldas de que le ronpiera cuero e carne e le avía salido mucha sangre”. El documento narra cómo el tal Pedro Arias se salvó de una muerte segura gracias a la concurrencia de gente que asistía a la partida, lo que le permitió huir y refugiarse en el convento de San Agustín. 

Como dijimos, al igual que en el caso ovetense de 1495, la partida se celebraba extramuros y había en ella una gran cantidad de gente, es decir, era un juego al gusto de la población y con amplia difusión social, lo que indica tradición. Como en 1495, entre jugadores y asistentes se entremezclaban los diferentes estamentos sociales, motivo de conflictos en uno y en otro caso.   

1554, Colloto (Oviedo). Poco después de aquella infausta partida en Ponferrada se documenta otra en Santa Eulalia de Colloto, en Oviedo, donde vemos cómo los habitantes del lugar jugaban en este caso junto a las tabernas, apostaban y eran los taberneros los que guardaban los bolos.

La información procede de otro pleito, ahora contra Juan de Cimadevilla, vecino de Oviedo, por ruidos y alborotos en su taberna a causa de los que jugaban a las cartas y a los bolos y por permitir apuestas “a dos reales de fruta y vino”. Es muy interesante desde una perspectiva económica el descargo de culpas que se argumenta sobre las cantidades apostadas. Se acusa también a María de Mercado porque “siendo la tavernera pública, en su casa avía dado naypes y bolos para jugar”. Al formularse la primera acusación se especifica que “avía en frequençia juego de naypes e volos e otros géneros de juegos e visto el daño e ayuntamiento de gentes e gastos e ruydos que suçedían por los taverneros de naypes e birlos y avía estado dentro de la taverna de Juan de Cimadevilla, en anocheciendo, mucha gente jugando a los naypes e junto a la casa, otros a los volos...” (5). 

Según la acusación, ambos contravenían una real provisión sobre los juegos en las tabernas y además estaban amancebados. De esto último se defienden argumentando falsedad y mala intención porque Juan de Cimadevilla tenía más de 60 años y María de Mercado más de 75. Seguramente y como era habitual en la época, María de Mercado sería viuda y habría heredado de su marido la taberna local.

La real provisión que se menciona debió ser una de las muchas órdenes destinadas a evitar los alborotos y pendencias que este tipo de reuniones sociales traían consigo, especialmente el juego de cartas. Ya vimos hace tiempo en este mismo blog cómo en la Nochevieja de 1670, a causa de una partida de naipes en Oseja, un hijo de Tomás Díaz de la Caneja, llamado Pedro, había dado muerte a navajazos a su primo, Toribio Díaz, quien lo perdonó in articulo mortis, siendo desterrado del concejo el matador. Los casos anteriores de 1495 y 1549 son ejemplo de las disputas y problemas que podía acarrear una partida de bolos. Pero a diferencia de ellos, ahora observamos la ubicación de las boleras en el interior de la población y en la proximidad de las tabernas. La concurrencia seguía siendo nutrida. 

Aunque esta actividad lúdica no haya quedado suficientemente reflejada en los documentos del pasado, es obvio que siguió practicándose sin interrupción y en abundancia en Asturias y en León, por lo que Jovellanos aludió a su práctica en varios de sus escritos, como en la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, de 1790, y dejó escrito que en la mayoría de los pueblos y lugares de Asturias hay siempre una bolera que es el sitio en donde se reúnen y juegan los vecinos”. Esto también es válido para Sajambre. 


2. Boleras de Sajambre en los documentos anteriores a 1830


Otra manera de documentar el juego de bolos consiste en rastrear pacientemente las delimitaciones de propiedades en contratos, transacciones y negocios diversos transmitidos en la documentación  notarial porque, de existir, las boleras podían utilizarse como referentes espaciales.  Utilizo como fuente para esta segunda parte la documentación notarial sajambriega de los escribanos públicos Gonzalo y Agustín Piñán de Cueto Luengo, José Díaz de Caldevilla y Juan Bautista Piñán. 

Lo lógico sería pensar que todos o la gran mayoría de los pueblos de Sajambre tuvieron boleras en la Edad Moderna y, desde luego, en la época de Jovellanos. Incluso en el siglo XIX y principios del XX se jugaba a los bolos en las majadas de todos los valles de Picos de Europa, práctica que sospecho más antigua. No obstante, en los documentos sajambriegos conservados de los siglos XVI, XVII, XVIII e inicios del XIX solo he encontrado boleras en Oseja y en Vierdes.    

1675, 1703, Oseja (barrio de Las Cortes). En el barrio de Las Cortes quedó el topónimo Huerta de la Bolera porque en dicho lugar se situó una de las boleras de la localidad, que se documenta en 1675. Esto no quiere decir que no pudiera ser anterior. En realidad, debió serlo. Lo que quiere decir es que en tal fecha aparece por primera vez en un registro escrito.   

Ahora bien, en ninguno de los documentos anteriores a 1830 aparece el topónimo Huerta de la Bolera tal y como existe en la actualidad. Lo que aparece es una casa o un hórreo que lindan con la bolera, con el camino de la bolera, etc. Es decir, la bolera del barrio de Las Cortes se usa como referente espacial para situar propiedades. Esto significa que dicha bolera estaba en uso.  

La noticia de 1675 procede del inventario de bienes de María de Cabrero, viuda de Pedro Díez de Viya, efectuado el 10 de septiembre. En él se dice que su casa de morada se situaba en el barrio de Las Cortes junto a los hórreos de Juan y José Bermejo, junto a la casa de los Acevedo y junto “al camino de la bolera”.  

Este camino de la bolera debía ser el mismo que conducía a los molinos de Carunde desde dicho barrio, ya que así aparece varias veces (1693, 1703, 1705, 1706) en documentos relativos a la casa más antigua de los Acevedo. La casa familiar de los Acevedo Villarroel (espero dedicarles un artículo en otra ocasión, sobre todo a los que salieron de Sajambre) o casa vieja se dividió en 1693 en cuatro partes: una pertenecía a Pedro de Acevedo y sus herederos, la segunda era de Gregorio de Acevedo y sus herederos, la tercera de María de Acevedo y de su marido, José Alonso, y la cuarta correspondió a Ana de Acevedo y a su marido, Agustín de Vega. Todo lindaba con la bolera y “con los caminos que van a los molinos de Carunde por bajo y por arriba”.   

Por esta razón, en el testamento de Pedro de Acevedo fechado en 1703 se identifica su vivienda como “la media casa de la bolera que se compone de caballeriça y pajar, bodega y portal que se partió con Juan Bermejo, y dicha casa y bodega es la parte de abajo y linda con casa y bodega de Roque Bermejo y con el camino real que ba a los molinos de Carunde”.   

En consecuencia, en el siglo XVII la bolera del barrio de Las Cortes y del adyacente barrio del Valleyo, que eran entonces, como saben bien los lectores de este blog, los emplazamientos más poblados de la villa, se situaba en medio del caserío y al borde de un camino. No era la vía principal de acceso a la localidad o camino real, como en el caso de Ponferrada, pero esta es una coincidencia que se observa en varios de los casos más antiguos.  

1812, Vierdes.  En un documento de cargo y data relativo a la actividad de Pedro Simón, vecino de Vierdes, durante la tutela de sus sobrinos menores de edad, escriturado el 2 de diciembre de 1812, en plena guerra contra los franceses, se incluyó “la huerta de la volera sita en este lugar, cerrada sobre sí, palmiento como dos carros y medio de abono, tasada en seiszientos y cinquenta reales”.  

Aquí “la bolera” vuelve a ser un referente espacial porque se escribe con minúscula, cuando a lo largo de todo el documento el escribano pone mayúsculas en los topónimos. No debe extrañar a nadie que hubiera huertas en medio de las aldeas, ya que la unidad de poblamiento sajambriego fue la de casa-hórreo-huerta, estando la última a menudo junto a las casas o en su parte trasera. Todavía quedan viviendas con esta disposición en el centro de las poblaciones del valle.  

Este Pedro pertenecía a la única familia apellidada Simón que existió en Vierdes en el siglo XIX, por lo que, si todavía quedan personas llamadas así con este origen, serán sus descendientes o de su hermano difunto, Matías Simón, ya que un tercer hermano, de nombre Toribio, se hallaba entonces prisionero en Francia al haber sido apresado en el sitio de Astorga (tendría que dedicar otro artículo a los héroes sajambriegos que fueron enviados a defender la ciudad de Astorga de los franceses). Pedro tuvo por hijos a Joaquín, Modesto e Isidoro. 

Nada más indica el documento sobre la bolera de Vierdes, pero posiblemente fue la misma que la que hoy existe en el centro de la localidad.  

1827, Oseja (barrio de Caldevilla). En la actualidad, la única bolera de Oseja se localiza en el barrio de Caldevilla, junto a la cabecera de la iglesia parroquial por un lado y frente a la Casa Piñán por otro, en lo alto del muro de contención que se construyó al edificarse la iglesia a mediados del siglo XIX, siendo inaugurada en el año 1855.  

En esta imagen de Google Maps se ve el muro de contención que rodea la iglesia de Oseja. 
Los árboles de la derecha ocultan la bolera actual. 

No sabemos con exactitud cuánto tiempo le llevó al obispo de Oviedo, Ignacio Díaz-Caneja y Sosa, construir la actual iglesia parroquial de Oseja y remodelar todo su entorno, aunque estoy convencida de que todo el proceso se podría detallar rastreando los planos y los documentos que deben conservarse, probablemente, en Oviedo. Si partimos de la creencia popular de que don Ignacio acometió la obra cuando ya era obispo, para lo que fue nombrado en 1848, habría que considerar que la nueva fábrica de la iglesia, el pórtico, el cementerio, el cercado del recinto y los muros de contención del perímetro por los lados del cementerio, de la bolera, del camino y de La Cortina debieron hacerse en esos siete años como marco cronológico general. En cambio, la noticia de una bolera en el barrio de Caldevilla es anterior a esa obra, en concreto de 1827, por lo que antes de los trabajos efectuados en la iglesia y en sus aledaños ya existía una bolera en Caldevilla. Pero, ¿dónde estaría entonces esa bolera? 

En el inventario de bienes de José Rodríguez se describe una de sus propiedades de la siguiente forma: “En la casa de avitación de el padre del difunto, donde al presente vive su hermano, Santiago Rodríguez, en el barrio de Caldevilla, a la parte que de ella pertenece a la volera y hacia la de don Juan Piñán, tiene este difunto 80 reales de vellón”.  Esta bolera es, de nuevo, un referente espacial para identificar la parte de una casa orientada hacia dicho lugar. También es un referente espacial la “casa de don Juan Piñán”, que corresponde a la casa palacio de los Piñán de Cueto Luengo. Por tanto, la propiedad de los Rodríguez se encontraba en Caldevilla, cerca de la Casa Piñán y cerca de una bolera que estaba en uso. Por exigencias del juego, el lugar tenía que ser forzosamente llano y despejado, y sabemos que entre la iglesia y la Casa Piñán pasaba el camino real que procedía del Puerto de Pontón y que al lado del palacio de los Piñán había más caserío, con hórreos y con huertas. ¿Dónde se ubicaría exactamente aquella antigua bolera? 

En la documentación conservada de la Edad Moderna no se mencionan accidentes geográficos en el entorno de la iglesia, aunque relacionado con ello debe estar el “allizaze petrinia” del documento que delimita el coto del “monasterio” altomedieval de Santa María de Oselia. Un alizace es una hoya, foso o barranca y el epíteto petrinia especifica su carácter rocoso. Antes de la remodelación del siglo XIX existió una depresión o corte natural en el terreno, con roca o pared de piedra, que más tarde se aseguró con muros de contención, bajo la cual debió construirse el templo primitivo de Santa María de Oseya. Lo que está claro es que el actual muro de contención, sobre el que está la bolera, es del siglo XIX y que lo que hoy es el pórtico que rodea toda la iglesia fue aplanado y cercado en la misma época. También son de ese tiempo los restantes lienzos de muro, casi siempre de contención. De manera que la fisonomía del terreno antes de 1848 debió ser similar a la actual, con la iglesia situada en un nivel más bajo que el del resto del caserío de Caldevilla y en un lugar rodeado, al menos en tres de sus lados, por tajos rocosos naturales, en cuyo centro se edificó la iglesia prerrománica y en 1621-1636 la capilla funeraria de Santo Domingo.  Entre dicho emplazamiento y el caserío documentado discurría el tramo del camino real que bajaba del Puerto de Pontón. Así que la antigua bolera de Caldevilla de 1827 debió ubicarse a un lado de aquel camino, si no en el mismo lugar en el que hoy se halla, no muy lejos de allí. Lo que no sé es si la construcción de la carretera actual a finales del siglo XIX le afectó de algún modo y si entre los cultivadores sajambriegos del juego tradicional de los bolos se ha transmitido algún tipo de memoria al respecto. 

La mucha población que tuvo Sajambre con anterioridad a mediados del siglo XX y Oseja en particular, explican la existencia de dos boleras en momentos concretos, sobre todo considerando la distancia que existe entre los barrios de Caldevilla y de Las Cortes. Los dos eran también lugares muy poblados, junto con el barrio de Quintana, del que no se tiene noticia de bolera propia.  

 

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NOTAS

(1) J. G. Ruiz Alonso, Estudio de los bolos en Asturias: aspectos histórico-culturales, modalidades, elementos y materiales de juego. Tesis doctoral, Universidad de Granada, 2000, pp. 53-58.

(2) J. G. Ruiz Alonso, Estudio de los bolos en Asturias, pp. 66-67. 

(3) Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, núm. 10. 

(4) Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Reg. Ejecutorias, 707, 13, ff. 1r-2v.

(5) Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Reg. Ejecutorias, 823, 21, ff. 1r-3r.

 

lunes, 5 de agosto de 2024

CASA PALACIO DE LOS PIÑÁN DE CUETO LUENGO EN OSEJA DE SAJAMBRE

1. CARÁCTER, ORIGEN y PROPIEDAD 


La Casa Piñán tuvo la categoría de palacio en la documentación de la época. Bajo dicha designación aparece, por ejemplo, en una tasación judicial que se efectuó en 1699 por orden de la Real Chancillería de Valladolid, en la que se lee: "...más tassa el dicho Facundo, maestro de carpintería, vigas principales, puertas, ventanas de la dicha cassa palacio, suelos, desbanes... Y más dos órrios, uno dentro y otro fuera pegado a dicha cassa palacio, con sus tejas...". 

Este palacio rural fue construido ex novo entre después de 1621 y antes de 1636 sobre un conjunto de tierras que el cura de Oseja y Soto, y comisario de la Inquisición, Domingo Piñán de Cueto Luengo, fue comprando a diferentes propietarios del lugar. Pongamos un ejemplo. A causa de una disputa familiar, nos enteramos que la madre de Gonzalo Piñán, sobrino del anterior, había accedido a compensar a María de Felipe en 1636 con una propiedad cuando “el Comisario Piñán trató de haçer la casa que hizo en el lugar de Oseja, en el término que está dicha casa tenía María de Phelipe una tierra y no se la quiso dar hasta que yo le di una tierra que mi padre me dio...”. Obsérvese que las referencias a la Casa Piñán están en pasado ("hizo") y en presente ("está dicha casa"), lo que significa que el palacio que nos ocupa se construyó antes de 1636 porque en dicha fecha ya había una casa en la tierra de María de Felipe. El inicio de las obras no sucedió antes de la llegada a Oseja de Domingo Piñán en 1621, por lo que la datación de esta construcción debe situarse entre 1621 y 1636. Ahora bien, en 1626 uno de los dos hórreos que pertenecieron a este palacio rural ya existía, aunque en este caso no sabemos si se construyó ex profeso o ya existía con anterioridad. Es más probable que se construyera con la casa, lo que nos daría una cronología de 1621-1626, pero no puede saberse con total seguridad. De ahí que sea más prudente establecer el período de construcción entre 1621 y 1636. Otros propietarios de tierras en el lugar en el que hoy se levanta la Casa Piñán se llamaron Pedro Díaz de Caldevilla, Alonso Redondo o Sancho Díaz. Por cierto, el Parque Nacional de Picos de Europa debiera corregir el error que se lee en uno de los carteles informativos del lugar de Oseja, en el que se escribió que la Casa Piñán es del siglo XVI, cuando lo es del siglo XVII. 

Es decir, no existió ninguna edificación previa en el lugar en el que se levantó la Casa Piñán, sino solamente las tierras de la ería de Palacio que, en aquellos tiempos, llegaban hasta dicho emplazamiento. De hecho, en el año 1662, las tierras de dicha ería, llamada "de Palacio", todavía ocupaban el lugar en el que hoy está la farmacia de Oseja, colindante con la casa de los Piñán de Cueto Luengo. Por tanto, es absolutamente falso que esta construcción fuera un antiguo monasterio, como escribió hace años Eutimio Martino sin ningún fundamento científico. Sabemos, incluso, que los vecinos de Oseja ayudaron al acarreto de los materiales durante su construcción, según costumbre: "que para hazer dicha capilla y casa ayudaron al acarreto los vecinos del concejo por ser costunbre en él (que) qualquiera que hiciese alguna obra el ayudarle (a) azer el acarreto de ella" (documento sin fecha, anterior a 1697). 

En la primera mitad del siglo XVII, cuando Domingo Piñán se instaló en Oseja (1621), el sitio donde se construyó esta casa se conocía como "El cuérano de Palacio". Este “palacio” del topónimo no está relacionado con la casona, ya que es muy anterior a su construcción y a la llegada de Domingo Piñán a Oseja. A su vez, el término "cuérano" es palabra del asturleonés oriental que puede significar dos cosas: lugar resguardado o parcelado con fincas de distintos propietarios. En este caso, tiene más sentido la segunda acepción. 

El palacio rural levantado por Domingo Piñán a comienzos del siglo XVII formó parte del mayorazgo familiar fundado en 1679 y perteneció a la línea principal del linaje, documentada como “Piñán de Cueto Luengo”. En la segunda mitad del siglo XIX se dejó de utilizar utilizar el apéndice nominativo “Cueto Luengo”, quedando limitado al actual Piñán. Los primeros en perder dicho apéndice de origen toponímico (Cueto Luengo es un despoblado de Soto) fueron los descendientes sajambriegos (en Oseja, Soto y Ribota) de las líneas ilegítimas, descendientes todas ellas de tres de los cuatro hijos varones del comisario Domingo Piñán, que fueron reconocidos por mandato judicial tras su muerte. La segunda generación ya empezó a prescindir del Cueto Luengo. Estos Piñán, que tuvieron como ancestros a los hijos bastardos del cura de Oseja y Soto, aparecen en los padrones solo como hidalgos. En cambio, los miembros de la línea principal fueron hidalgos notorios hasta el final del Antiguo Régimen y disfrutaron de una holgada situación económica, lo que les convirtió en los únicos rentistas del concejo. Asimismo, fue la principal casa diezmera hasta la abolición del Antiguo Régimen en 1834. Sus miembros desempeñaron oficios públicos y entroncaron con otros linajes destacados de Amieva, Burón y Liébana. Mantuvieron su mayorazgo desde 1679 hasta su supresión oficial en 1820.  De lo que no hay noticia hasta el momento es de que algún Piñán de Cueto Luengo llegara a ser merino mayor de Valdeburón, el oficio público más codiciado en la comarca, aunque casaron a hijas e hijos con consortes pertenecientes a familias en las que hubo merinos. 

2. LA CAPILLA DE SANTO DOMINGO 


El carácter de palacio de la Casa Piñán se completaba con la capilla señorial de Santo Domingo, que formaba parte del conjunto palaciego aunque se hubiera construido fuera del recinto cercado. Fue “una capilla de bóveda”, es decir, un recinto funerario con cripta que sirvió de panteón familiar y que, como gráficamente describen los documentos, mandó construir el propio Domingo Piñán “al mismo tiempo y con la misma manufactura” que su casa. Esto significa que los materiales de construcción y la fábrica fueron los mismos, o sea, madera y mampostería con sillares labrados en esquinas, puertas y ventanas. Un documento anterior a 1643 destaca la puerta de dicha capilla, aunque no describe su forma, quizás también en arco de medio punto.  En el mismo lugar se especifica que todo se hizo a expensas del comisario Domingo Piñán de Cueto Luengo, por eso la capilla lleva la advocación de santo Domingo, nombre de pila de su fundador y un elemento de ostentación para la posteridad. Tratamos sobre esto en otro lugar.  Solo tuvieron derecho a enterrarse allí los miembros de la línea principal del linaje: "no se entierran en dicha capilla más (que) los descendientes de la Cassa de Piñán y sus herederos" (documento anterior a 1697).  

La capilla de Santo Domingo se levantó frente al palacio, al otro lado del camino real que pasaba junto a la casa y en el lateral de la iglesia medieval de Santa María de Oseja que quedaba junto a la tribuna donde se lee el Evangelio, pero fuera de la estructura del templo: “fuera del cuerpo de la iglesia”, dicen las fuentes. Es decir, no fue una capilla en el interior del templo parroquial (como la de San Antonio, de los Díaz de Caldevilla), sino un edificio independiente, que poseía un altar con un retablo de madera de nogal (documentado en 1652) e imágenes de Santo Domingo de Guzmán y de la Virgen del Rosario. El interior se dividía en nave única y presbiterio, junto al cual había una especie de palco, elevado, que estaba reservado al asiento de los Piñán. En la cripta había tumbas "de piedra labrada". El conjunto debía tener ciertas dimensiones porque, en la descripción de algunos funerales, se especifica que una parte de la población entraba y asistía a los oficios religiosos. En estos casos, los Piñán colocaban un catafalco con el ataúd forrado de terciopelo negro, como era costumbre en las casas nobles de la época. 

Cuando se derribó esta capilla para construir la iglesia actual de Nuestra Señora de la Asunción en la primera mitad del siglo XIX, se incluyó una capilla de Santo Domingo dentro de la iglesia, desligada ya de cualquier dependencia. Hoy se conservan allí los restos mortales de Ignacio y Joaquín Díaz-Caneja y Sosa, trasladados en el siglo XX a dicho lugar. Ninguno de estos dos sajambriegos ilustres perteneció al linaje Piñán de Cueto Luengo, aunque su hermano mayor (José, el primogénito) casó con una Piñán “de la casa grande”, por lo que su descendencia sí habría adquirido derechos funerarios señoriales de haber existido para entonces. 

Por esta razón, es decir, por haber gozado los Piñán de un lugar privado de enterramiento, en el cementerio anexo a la iglesia actual, que todavía existe, a los Piñán principales, o sea, a los pertenecientes a la línea de los Cueto Luengo, se les dio un nicho permanente en un lugar distinto al resto de la feligresía.

3. LA FÁBRICA Y ENSERES DE LA CASA PALACIO SEGÚN LOS DOCUMENTOS ANTIGUOS CONSERVADOS 


La casa construida por Domingo Piñán entre 1621 y 1636 es un conjunto edilicio, compuesto de edificios y terrenos que, en origen, fue mayor que en la actualidad, ya que uno de sus límites era el camino que conduce al barrio de Quintana. Así que la propiedad de los Piñán llegaba hasta dicho camino por su parte superior. 

La casona señorial fue el típico palacio rural, completamente cercado, que se estructuraba alrededor de un patio central. Ese patio central es lo que hoy se llama la corralada o corral que, en el pasado, estuvo totalmente cerrado al exterior. Es decir, los muros que lo rodeaban impedían a los vecinos de Oseja ver el interior del recinto. A dicho patio se accedía por una puerta formada por un gran arco de medio punto, capaz de permitir la entrada de carros y carruajes, identificada como tal en los documentos familiares: "con sus entradas y salidas por azia la puerta del arco" (1726). 

Arco de entrada. Fuente: Sajambre rural.


Como solía ser habitual en estos casos, el interior estaba (y está) empedrado. En un lateral de la portalada se abría una pequeña ventana abocinada, con derrame externo, rematada también en arco de medio punto, que permitía a los habitantes de la casa observar el exterior sin ser vistos. La zona de residencia es un gran bloque rectangular, de dos pisos y desvanes, rodeado de edificios subsidiarios de carácter doméstico y agropecuario. En el pasado hubo un horno, bodegas, dos caballerizas, establos, todo “con sus recibimientos”, además de pajares y desvanes (en plural), “que todo linda uno con otro”. Así se describe desde 1652. Con el tiempo, se adaptaron algunos de estos espacios y se construyeron otros para habitación y uso de miembros de la familia. También existió desde antiguo la amplia portalada, cubierta por la prolongación de la techumbre, al estilo tradicional sajambriego.

Fuente de la fotografía: la autora.

El arco redondo o de medio punto es uno de los elementos arquitectónicos y visuales característicos de las casas de la hidalguía rural del norte peninsular en la Edad Moderna. Normalmente, se localizaba en las fachadas principales (puertas o ventanas). Pero, en este caso, se optó por colocarlos en el acceso a la propiedad, porque era lo que se veía desde fuera, ya que la puerta principal de la vivienda quedaba oculta por el muro que rodeaba y cerraba todo el conjunto. Al mismo tiempo, el considerable tamaño del arco de entrada es un evidente elemento de ostentación. Debe quedar claro que esta última expresión ha de entenderse siempre en el contexto de austeridad que caracterizó toda la arquitectura antigua sajambriega. Pero este arco es el de mayor tamaño que se conserva y no me extrañaría que también lo hubiera sido en el momento de la construcción de esta casona señorial. 


Hórreo, hoy caído, que ya existía en el año 1626 y que llegó intacto a finales del siglo XX; con pegollos de madera. Originalmente, se hallaba fuera del recinto cercado de la Casa Piñán. Se trasladó al construirse la carretera actual. 
Fuente de la fotografía: la autora (años 80 del siglo XX).


En la primera mitad del siglo XVII había un hórreo dentro del patio o "corral" que no es el que ahora está arruinado. No obstante, el que terminó cayendo se construyó también en el siglo XVII, seguramente al mismo tiempo que la casa, pues ya existía en el año 1626. Llegó intacto hasta finales del siglo XX. He hablado de él en otros artículos de este mismo blog. El hórreo que estaba dentro del patio tenía cuatro pegollos y el que hoy está derruído se hallaba fuera del recinto palaciego, aunque pegado al muro del patio como se describe en el inventario post mortem de Domingo Piñán, efectuado el 8 de julio de 1652: “Un órrio fuera de dicho corral, de piña y nuebe pies, pegado a la dicha casa y cerca del corral, que todo parte uno con otro y con el camino real por todas partes”. Este gran hórreo (propiamente es una panera) se metió dentro del corral cuando se construyó la carretera moderna sobre parte del trazado del antiguo camino real que cruzaba todo el pueblo y que, en este caso, separaba la Casa Piñán de la iglesia parroquial y de la capilla de Santo Domingo. Es posible que cerca de la antigua iglesia ya existiera una bolera antes de la construcción de la iglesia actual y de la remodelación del paisaje de dicho emplazamiento (espero dedicar un artículo a las boleras históricas de Sajambre).  

Como se ha dicho, el palacio de los Piñán es de fábrica rústica, con muros de mampostería, pero con una serie de características que lo distinguen del resto del caserío no solo de Oseja, sino de todo el valle de Sajambre. Lo que más destaca en el paisaje es su tamaño. Todavía en la actualidad, más de 400 años después de su construcción, la casona se distingue visualmente de forma notoria en el centro de la localidad y sigue siendo una de las más grandes del concejo. Su enorme cubrición de teja, con la prolongación del tejado hacia el portal, debió sobresalir en el caserío del momento, cuando muchas de las viviendas locales eran de pequeñas dimensiones y todavía se cubrían de paja. 

La zona de residencia principal tuvo sala, varios aposentos y dos cocinas, una, alta de humo, y otra, baja de chimenea. Esta última es la primera que se documenta en Sajambre. La de chimenea se describe en 1652. La de humo sigue documentándose en 1722 como “cozinas alta y baja”. 

Parte trasera de la sección de vivienda del palacio rural de los Piñán de Cueto Luengo en Oseja de Sajambre, construido por Domingo Piñán después de 1621 y antes de 1636. Fuente de la fotografía: la autora.

A diferencia de la puerta de acceso al recinto, para la entrada principal a la vivienda se eligió una solución adintelada, de una sola hoja y buen tamaño, con molduras cultas en las esquinas, aunque muy sencillas. Los otros elementos nobles, al exterior, son los sillares labrados de las esquinas y ventanas superiores y, sobre todo, los vanos abocinados con derrame externo del piso bajo. Este tipo de ventana no tenía una función militar (la tendría si el derrame hubiera sido interno), sino que fue un recurso arquitectónico que se puso de moda en el siglo XVI como adorno de casas acomodadas, que servía para otorgar una apariencia de antigüedad a la construcción que, evidentemente, no era tal. En la misma época, algunos palacios y casonas norteñas también construyeron torres que imitaban a las medievales con la misma finalidad, la de simular antigüedad y, en consecuencia, ostentación social del estatus alcanzado. 

El conjunto tiene una apariencia rústica por la austeridad en la ornamentación de los muros exteriores del edificio, algo nada extraño en casonas y palacios rurales de la Cordillera Cantábrica en los siglos XVI y XVII, porque con la escasez de vanos abiertos en la planta baja se protegían del frío y de las inclemencias metereológicas. Es en el piso superior donde se abren los huecos de mayor tamaño que son siempre ventanas adinteladas, formadas por sillares y sillarejos con una leve moldura voladiza. Sin embargo, en el interior de la casa estas ventanas cuadradas se presentan bajo arco escarzano con poyos laterales que aprovechan el grosor de los muros. Es lo que se describía en un documento del año 1726 como "la sala con sus ventanas de asiento". 

La gran sala del piso alto era el lugar vividero por excelencia, como lo indica el mobiliario antiguo y ciertas características arquitectónicas. Como hemos dicho, las ventanas abocinadas al exterior se cobijan bajo arcos escarzanos en el interior con poyos de piedra. Estas ventanas de asiento eran otro elemento distintivo de las casas señoriales y de las residencias palaciegas de los siglos XVI y XVII, que servían simplemente para contemplar la calle y en este caso, además, la entrada y salida de la iglesia. Su presencia en edificaciones del norte de España suele ser posterior a los siglos XIV y XV, lo que constituye una fecha de referencia para la datación de otros edificios del lugar en los que también existieron ventanas de asiento. A fin de aclarar algunas “leyendas urbanas”, digamos que difícilmente podía ser éste un aspecto propio de una construcción defensiva cuando acompañaba a una ventana que abría un hueco en el muro haciéndolo más vulnerable. No, en todos estos casos se trataba tan sólo de un lujo característico de una casona señorial o de un labrador acomodado.  

Tras la muerte repentina del comisario Piñán el día de San Juan de 1652, había dentro de la casa una biblioteca con más de 80 volúmenes y los ajuares siguientes: 

Primeramente, dos bufetes grandes y uno pequeño que son tres, de nogal, sin caxón. Más tres bancos de respaldar de dicha madera, más tres tauretes y una silla de madera de nogal, digo, que son dos, más un caxón de escritorio con quinçe caxas para meter papeles y otro caxonçillo de serbiçio, todo pegado uno de otro. 

Más siete arcas mayores y menores de echar pan. Más çinco jarros y pichetes de estaño, de una açunbre y media y de puchera. Más tres taças de plata y una jarra de plata y una olla de estaño oro pelada que haçe una puchera. Más doçe cuchares de plata y dos tenedores. Más un salero de plata y dos de Talabera. Más dos almireçes con sus manos. Más çinco candeleros, tres mayores y dos menores. Más tres ollas de metal i hierro que llaman jitanas. Más quatro calderos y una caldera de cobre, y los calderos de hierro. 

Más un cofre de echar ajuar. Más ocho quadros puestos y serbiendo dentro de la sala de dicha casa de morada, mayores y menores dichos quadros. 

Más dos caços de cobre y una tarta y una caçuela todo de cobre. Más dos açeiteras de estaño. 

Más un par de escobixas de linpiar sonbreros y ropa. Más una guitarra y un espexo. Más los jaeçes del caballo con todo adereço de silla, freno y coxín, y todo recado neçesario. Más dos benablos y una alabarda. Más dos escopetas, una de a caballo y otra de bolatería. 

Más doçe cuchillos en dos caxas. Más nuebe queros de traer bino que llaman pellexos. Más cinco carrales de traer bino, mayores y menores. Más tres doçenas de platos y escudillas de Talabera. Más un pipotillo de echar binagre. Más unas tenaças y un martillo de herrar. Más tres badillos y una sartén y dos cujares de fierro, dos achas y dos oçes, y media doçena de açadas, y una osoria. Más quatro doçenas de escudillas y platos de madera, ordinario de casa. Más tres heradas (sic) de traer agua. 

Ropa blanca. 
Primeramente, dos mesas de manteles alemaniscos, unos pequeños y otros grandes, con quatro serbilletas de la misma tela y otra serbilla (sic) en una pieça, que es decorada a los manteles grandes alemaniscos, de largo todo hermano. Más unos manteles ordinarios de lienço, de cada día, con media doçena de paños del mesmo lienço. Más otros dos paños de manos labrados de ilo leonado y negro, de manos. Más seis almoadas de costura ordinaria. Más dos escarpetas y sobremesas de lanilla labradas y buena labor, berdes y paxiças. Más siete sábanas de lienço de la tierra y seis cobertores anbos blancos, y tres quadras de pellexo. 

Bestidos del cuerpo del difunto. 
Dos jubones de damasquillo, de lana y otro de tela de garapiña, con mangas de sarga. Una sotana negra de paño fino negro. Más dos ferreruelos negros de paño fino de Segobia. Más una loba negra de paño negro de Segobia guarneçida con galón negro. Más una sotanilla de gorgerán de seda, con su çeñidor de seda. Más una sotana y capa de albornod blanco de camino. Más una capa de paño de Segobia. Más una capa de paño pardo biexa. Más un capotillo de paño de Ágreda pardillo, largo, forrado de bayeta cabellada. Más tres pares de grellescos de paño, unos biejos y los dos pares nuebos. Más dos pares de medias de paño de lo mismo que los calçones, hermano. Más unas polainas de rodillera. Más unos çapatos de cordobán nuebos. Más dos pares de medias de seda (1). 

Aparte de esto, se incluyeron en el inventario de 1652 todos los granos de los hórreos, aperos de labranza, carros, caballerías y, naturalmente, los restantes bienes muebles (ganado), inmuebles (casas, prados, tierras, huertas) y rentas. Una de las huertas es la que está en la parte posterior del edificio, que también estuvo cercada y cerrada al exterior.  

Con el tiempo, los escribanos públicos de la familia tuvieron en esta casa su oficina de trabajo, al menos desde 1659. No se detalla el lugar exacto en el que ejercían su oficio el notario titular, los escribientes y los aprendices, aunque había bancos de respaldo, mesas de trabajo, arcas y escritorios para guardar los documentos y los registros notariales.  

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NOTAS

(1) Valladolid, Archivo de la Real Chancillería, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez (D), caja 419, n. 1. Expediente presentado por el escribano público del número y del concejo de Sajambre, Manuel Díaz de la Caneja, en el pleito entre los herederos de Marcos Piñán y del comisario de la Inquisición, Domingo Piñán de Cueto Luengo. El expediente está fechado en Oseja el 31 de mayo de 1683 y contiene varios documentos desde 1636 a lo largo de 646 páginas.